Asambleas
a cinco años de los cacerolazos
Explotaron en todo el país y llegaron a ser 250 sólo en Capital y el
conurbano. Muchas todavía existen como espacios autoconvocados con agendas más
locales y de solidaridad. Testimonios de los que vivieron esos días de
diciembre de 2001 y siguen en la brecha.
A
cinco años del estallido social, quedan unas 40 asambleas en Buenos Aires.
Hacen trabajos solidarios, producción autogestionaria, emprendimientos
educativos y culturales, intervienen en reclamos públicos y políticos y debaten
hasta el cansancio en forma horizontal, un rasgo que hace a su esencia y que
tiene su eco en experiencias más nuevas como las de Gualeguaychú y Esquel.
Graciela,
de 54 años, guarda en una bolsa las cacerolas, cacharros y cucharas abolladas
que a veces pispea con nostalgia, con el recuerdo de aquel extraño sentimiento
de entusiasmo que brotaba en medio del desastre. La asamblea de su barrio
funcionó mucho tiempo en la plaza, luego se mudó a un espacio de usos múltiples
del gobierno porteño, junto a las vías, pero desde que pusieron un registro
civil volvió a la plaza. “Al comienzo muchos iban a las reuniones a sacarse la
rabia, quizá porque no podían sacar la plata del cajero, pero a otros se los
veía con inquietudes y ganas. Hubo gente que se dio cuenta de que no vivía la
vida que quería vivir. Y jóvenes que encontraron un vocación social”, repasa.
Graciela es diseñadora de bijouterie, pero desde ese fin de 2001 la asamblea se
convirtió para ella en una actividad medular.
En
sus comienzos, las asambleas tenían discusiones caóticas, interminables,
signadas por una ansiedad desbordante y una incertidumbre absoluta. Pero había
un hilo conductor, sintetizado en la frase “que se vayan todos”. Era un modo de
expresar el peso de la opinión y las decisiones populares que, entonces,
comenzaban a articularse en la forma asamblearia propia de la democracia
directa frente a un sistema político cuya legitimidad se caía a pedazos.
“Las
asambleas fueron la forma concreta que los sectores medios urbanos encontraron
para asumir la responsabilidad de sus decisiones frente al descrédito de la
política institucional. Era un recurso que se venía usando en los movimientos
de trabajadores desocupados. Fue impresionante su expansión por lo espontáneo”,
dice Federico Schuster, decano de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), quien
investigó los movimientos sociales. “Cada asamblea, por supuesto, tuvo su
historia: algunas adoptaron un perfil vecinal y otras más político, al punto
que en su nombre se llamaron ‘asambleas populares’. Pero todas han sido
experiencias de compromiso ciudadano y debate político. Discutieron cuestiones
muy profundas, otro modelo de sociedad y de política, y son varias las que
todavía siguen”, describió.
A
mediados de 2002 había cerca de 250 asambleas entre Capital Federal y el
conurbano. Buscaron interactuar a través de megaencuentros que se hacían los
domingos en Parque Centenario. Era la famosa “interbarrial”, que se fue
desarticulando con el tiempo, a medida que mermaba la concurrencia a las
asambleas en general y crecía una discusión árida: ¿cómo relacionarse con los
partidos políticos que recalaban en la estructura asamblearia?
Miguel
Angrisano reconoce tres momentos de fractura que marcaron a la asamblea de
Floresta, en la que aún participa, y que reflejan lo que ocurrió en muchos
otros grupos de vecinos autoconvocados. “El primer quiebre fue producto de los
intentos de los partidos de izquierda de apropiarse del espacio, que generó
choques internos. El segundo fue a partir de que como había mucha gente que se
acercaba por un poco de comida, aparecieron los punteros políticos con manejos
por los bolsones de comida y eso molestó a los vecinos, sobre todo al vecino
medio”, cuenta Miguel. El último momento crítico, dice, fue en 2003. “Con el nuevo
gobierno y a partir de la mejora en el país la gente se fue desmovilizando.
Algunos se fueron a los CGP, a partidos o sociedades de fomento, pero los que
quedamos tratamos de evitar compromisos partidarios o favores políticos y
mantenemos la horizontalidad”, explica.
Mauro
tiene 20 años. El 19 de diciembre de 2001 salió del colegio y se fue directo al
Congreso. Estuvo en todas las protestas, pero recién se sumó a una asamblea
barrial, la de Almagro, hace tres años, a través de un grupo de jóvenes llamado
La Rivolta.
“Hoy somos 30 personas, casi todas nuevas. Es un buen espacio para participar
en el que me siento a gusto”, destaca. Este grupo funciona en un espacio
recuperado, que estaba abandonado, sobre la calle Medrano, entre Perón y
Sarmiento, donde ahora tiene tres cooperativas: una de alimentos vegetarianos,
una herrería y un taller de serigrafía donde hacen estampados para remeras.
Todo lo que recaudan lo destinan a un comedor infantil de Villa Fiorito.
En
cooperativas, cerca de los Centros de Gestión, en conjunto con organizaciones
piqueteras, con fábricas recuperadas, o con escuelas, “las asambleas se han
conectado de algún modo con lo institucional, pero conservan el funcionamiento
horizontal que las distingue y que rompe con las viejas formas de organización
en un país de tradición gremial”, explica la socióloga Norma Giarraca,
investigadora de movimientos sociales en le Instituto Gino Germani. “Era muy
difícil pretender que las asambleas se mantuvieran como al comienzo, que era un
momento de ruptura institucional. La gente tampoco aguanta tanto tiempo la
ruptura. El proceso electoral posterior al asesinato de Kosteki y Santillán,
propició la vuelta a la institucionalidad. Y aunque las asambleas queden
inmersas en ese proceso, no han quedado dentro del Estado”, apunta la
especialista.
Marita
Foix, una docente de 68 años, recuerda al detalle el papelito que le dieron en
la esquina de Córdoba y Pueyrredón cuando fue al primer cacerolazo. “Nos
autoconvocamos el sábado en la plaza de Córdoba y Anchorena”, decía. Parecía
como si le hubieran leído la mente. Justo lo que necesitaba. En el fervor de
aquellos días en las calles se cruzó con gente que no veía desde hacía tiempo y
cuenta que le hizo “mucho bien tomar contacto con la gente del barrio, antes vivíamos
aislados”.
“Lo que fue desapareciendo de las asambleas es
el momento del espacio público deliberativo, a medida que se reorganizaron los
viejos actores. La ciudad de Buenos Aires, además, es el primer lugar donde se
recupera prosperidad económica”, dice Marita. “Lo que queda de 2001 es cierto
valor simbólico, el espíritu asambleario que irrumpió en la Argentina y que tuvo
implicancias en otros países, como Ecuador, donde se escuchó el que se vayan
todos, y que reaparece ahora en la asamblea de Gualeguaychú y en la pelea
contra la mina de Esquel”, analiza.
“Todo esto fue un sueño de poder popular, con
un alto grado de espontaneidad y de reproducción infernal. Pero estoy
convencido de que las experiencias de este tipo no se mueren. No se olvidan,
quedan en la memoria popular, forman parte de la experiencia social, ciudadana
y política y en los momentos de crisis reaparecen”. Marita Foix asegura que en
la asamblea “tuve lo que no me dio ninguna experiencia de militancia. Me
encantó que pasara algo y tarde o temprano algo más pasará”.
Cuestionario
1)
¿Qué características tienen las asambleas
barriales?
2)
¿Qué funciones cumplieron durante la crisis que
estalló en 2001?
3)
¿Cómo se relacionaron las asambleas con los
partidos políticos?
4)
¿Cuál fue la evolución de estos movimientos hasta
la actualidad?
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